Crítica de Jorge Arias

La República - publicado el 18 de agosto de 2012

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Rafael ha muerto: fue un abogado frío que sólo en ocasión de una tristeza sucedida en un filme (Bambi) acarició a su hijo David cuando niño. Éste, ya un arquitecto de treinta años, debe encargarse de los bienes y documentos del padre muerto; encuentra una caja cerrada con un candado; la abre y… aquí comienza el misterio. El autor no muestra sus cartas, y el desenlace, que no debemos revelar, sorprende al espectador; pero no sólo sorprende sino que también lo hace pensar, induciendo una reinterpretación de todo lo que vimos hasta ese momento. Rubio, sobriamente, no subraya el sutil efecto de ambigüedad del final y deja en el aire una incógnita, una pregunta que cada uno contestará a su manera.

El diálogo, si no particularmente brillante, es controlado y eficaz; tal vez algunas situaciones se extienden sin agregar nuevos elementos de juicio al misterio que se nos propone, pero nunca llega tedio o cansancio al espectador. Ambos personajes son creíbles y muestran repliegues y hasta zonas de oscuridad o indefinición, como la vida suele mostrar.

La dirección de Luis Jaunarena mueve con energía la pieza y la mezcla de diálogos con monólogos, que naturalmente se dirigen al público, funciona y está bien ensamblada.
Una mención aparte merece la interpretación, donde se lucen tanto Daniel Torres (Juan) como Germán Weinberg (David), aunque es evidente que el peso de la acción recae en el primero, a cargo de un personaje cuya composición no tolera un fallo y cuyos sucesivos y cambiantes matices y tonos brinda Daniel Torres con particular brillo y aplicación.